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miércoles, 21 de octubre de 2009

HABLANDO DE HÉROES

Todavía quedan héroes, protagonistas de un mito? Es la pregunta que el conocido comunicador y sociólogo francés Michel Maffesoli (1944) trata de contestar en 'Iconologías. Nuestras idolatrías posmodernas' (Península). Ya le digo yo que no.



'Iconologías. Nuestras idolatrías postmodernas', de Michel Maffesoli.
Península

Maffesoli, por la vía de los arquetipos 'junguianos', encuentra en el Che Guevara (con sus distorsiones y perversiones biográficas), en Zidane, en Sarkozy, en Harry Potter o en el abate Pierre (el de los traperos de Emaús), al mago, al sabio, al anciano, al revolucionario que está presente en el inconsciente (o lo que sea) de la humanidad, a la manera en que Jung encontró que ciertas figuras e imágenes las llevábamos todos muy dentro. Una especie de engramas que tratamos de llenar como sea, incluso con inventos, arrancándole a la realidad lo que la realidad no da por las buenas.

Por esta vía, el libro resulta curioso y en algunos momentos interesante. Pero la cosa no da mucho más de sí. Los héroes antiguos, los que protagonizaban los mitos saliendo del fondo de la sesera colectiva más que de ninguna historia, eran héroes compartidos en la medida en que su relato (mito) era compartido por la comunidad. No aparecía un mito de cualquier manera, ni por casualidad, ni por la ocurrencia de un individuo más listo que los otros, sino tras un largo proceso de sedimentación narrativa y por la aceptación unánime de que ese relato dotaba de identidad al pueblo en cuestión. Esta identidad común es la clave.

Lo que tenemos ahora es más bien una lista abundante de personajes que realizan hazañas por encima de la media o que vienen a situarse, en virtud de ciertas condiciones prestadas por la comunicación social, en un lugar extraordinario o relevante frente a la indiferenciación de la masa que los consume. Son compartidos por sectores o simples tribus urbanas y carecen de relato (no digamos de sedimentación) más allá de los prodigios (según sus fieles seguidores) que llevan a efecto.

En cuanto a la identidad, quitan más de la que proporcionan y generalmente enmascaran una realidad sórdida: se observa fácilmente en el fútbol, en los revolucionarios de camiseta y en los políticos. Ciertamente, la producción de héroes y mitos es una necesidad profunda, pero no se cuecen de la noche a la mañana ni por el sistema que se nos ofrece. Lo que paradójicamente revela la incapacidad de las sociedades modernas para producirlos, y es la carencia la que hace que proliferen como setas, que veamos lo que no hay y que confundamos los términos.

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